ace unas semanas, como algunos de ustedes
sabrán, decidí darle vacaciones a mi mente. Dejé los libros teóricos y empecé
una novela. Aunque, en realidad, si he de ser honesta, no creo que cuente como
novela… pero lo leí completo, después de más de año y medio de no leer uno. Leí
“Cartas para Claudia”, de Jorge Bucay; qué, no sólo me encantó, sino que,
además, profundizó mi admiración por el escritor; este psicólogo argentino tan
auténtico, tan profundo, tan simple, tan maravilloso, tan amoroso, tan rebelde
y tan sabio…
Así que me siento feliz de “estar en la
jugada” de nuevo… leer que es algo que me produce tanto gozo! Al terminar,
rápidamente me dirigí a mi librera a elegir “al siguiente candidato.” La boca
se me hacía agua de ver tanto libro por escoger… y los ojos me brillaban. Pero
me contuve. Tenía que ser congruente con mi decisión. Elegiría algo sencillo,
algo con lo que pudiera fluir y no hacer trabajar a mi mente con teoría sobre
la mente y el espíritu humano, el amor, el ego, en fin… Así que elegí para
continuar un libro sencillo que había leído hace más de diez años: El
Alquimista, de Paulo Coelho. Al principio pude fluir… Sin embargo, sentía muy
extraño que – aunque no me recordara qué seguía ni en qué termina – ya todas
las imágenes estaban construidas en mi mente. Era como… como ir descubriendo
algo, porque lo había olvidado por completo, pero al mismo tiempo algo que ya
conocía de memoria… no sé describirlo mejor… y, aunque lo disfrutaba, digamos
que carecía de motivación sin la posibilidad de crear las imágenes, las
sensaciones, los sonidos, los olores… Lo dejé. A la fuerza, ni el pan es bueno.