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na de las cosas más hermosas que
he aprendido es a ser amorosa conmigo misma. Comencé a aprenderlo el día que dejé
de concebir la compasión como un sinónimo de lástima y comencé a entenderla
como un
acompañamiento en el amor. Fue una noción realmente liberadora. Fue
algo que realmente me acarició con ternura el corazón… una brecha se abría ante
mis ojos…Esta era la posibilidad de no estar ni del lado del verdugo que me
castigaba constantemente ni del lado de esa patética figura que sentía lástima
de mi misma…
En ese momento no había
experimentado todavía lo que se siente cometer errores y, aún así, elegir mantener
la paz. Aún perseguía inconscientemente la ilusa idea de la perfección absoluta.
Y, cuando repetidamente me daba cuenta de que cometía errores – más aún cuando
eran tropezones con los cuales ya me había encontrado en el pasado – me
entristecía, me frustraba y me castigaba. No sólo eso sino que entraba en tremebundo
dilema tratando de empatar de la mejor manera posible lo que mi mente me decía
que debería
ser y lo que, obviamente, era
como era. Nunca conseguí empatar estos escenarios.
El haber participado en varios
grupos de crecimiento personal, me permitió comprender que mis conflictos
existenciales no eran tales. Que casi todas las personas a mi alrededor tenían
los mismos conflictos. Qué su diálogo interno también era imparable… y que, al
igual que yo, no habían encontrado una fórmula que permitiera unificar lo que se
suponía que fuera con lo que era. Historias en apariencia muy
distintas… pero muy similares en el fondo.
Y fue entonces cuando decidí
aprender. Como cuando aprendí a montar bicicleta. Me subí, lo intenté, me caí,
me raspé, me levanté, olvidé cómo se hacía, me subí de nuevo, caí de nuevo,
sangré… hasta que finalmente logré mantener el suficiente equilibrio para
avanzar tramos más y más largos cada vez, pudiendo mantener la dirección y no
sólo eso, sino disfrutarlo.
Así que me encuentro a mí misma muchas
veces en esos largos paseos que nos presenta la vida… cometiendo errores sin
siquiera voltear a ver atrás, más que para darme cuenta de eso; de que cometí
un error, que tropecé, que me raspé... Me levanto y sigo adelante. Siento lo
que toca sentir. Corrijo lo que hay que corregir. Pido de corazón y con
humildad las disculpas que haya que pedir. Y, por sobre todo, elijo de nuevo la
paz. Comienzo de nuevo. Cada instante es una oportunidad de crearme de nuevo, para
decidir quién quiero ser ante lo que se presenta…
Sin embargo, todavía hay días como
hoy, en los que el diálogo interno no se detiene. A sabiendas de lo absurdo que
es pelear con la realidad, lo hago. E intento de diversas maneras que, aquello
que todavía concibo como lo que debería ser gane la batalla… Y, como dice Byron Katie, “sólo
pierdo el 100% de las veces.” Y me castigo. Y siento dolor. Y encuentro
sufrimiento. Hasta que algo me hace recordar… un mensaje de algún ser de luz
que me hace encarrilarme de nuevo y darme cuenta de que sólo es una historia…
una historia que puedo soltar… una historia que puedo dejar de crear… Y entonces
ya me puedo amar de nuevo. Y puedo amar de nuevo también a los personajes de mi
historia…
Esta es una decisión que podemos
tomar en cualquier momento. La disposición de percibir algo de una manera no es
permanente. Podemos cambiarla en cualquier momento. Esto es muy refrescante,
muy sanador… ¿Alguna historia que te toque a ti transformar..?
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