lunes, 27 de mayo de 2013

Dejar de callar para estar en paz



E
n mis relaciones muchas veces me encontré con frustración, desesperación, tristeza y enojo reprimidos… lo cual era muy incómodo además de que me mantenía anclada en el papel de víctima de las circunstancias… totalmente impotente ante mi entorno. No decía nada por temor a alejar de mí a aquellos que amaba y que anhelaba me amaran. Lo que menos quería era ‘irritar’ o ‘hacer enojar’ a estas personas.

Aprendí a ‘no molestar’. Quería demostrarle al mundo que yo era diferente de las demás mujeres. Que yo no importunaba, no me enojaba, no era posesiva ni celosa, era muy independiente, no necesitaba nada… ni cariño, ni tenía ningún tipo de deseo o necesidad afectiva. Yo ‘me las podía’ todas.



Tenía muy bien grabada la frase de ‘mujer que no molesta, es hombre’. De ninguna manera iba yo a correrme el riesgo de demostrar que era parecida a aquellas mujeres de las que los hombres constantemente se quejaban, se burlaban o bromeaban. Y, fueran como fueran las cosas, yo me convertía en toda una ‘geisha’ de la conversación, atención, sonrisas, placer… nada que fuera a molestar a la persona que estuviese conmigo. Sin pedir nada a cambio. Más aún, sin esperar nada a cambio…

Sin embargo, en el fondo todo era muy distinto. Sin yo estar consciente, iba guardando día a día un poco más de frustración, de insatisfacción, de rabia, de ese sentimiento de desequilibrio y carencia espantoso. Paralelamente una olla de presión interna iba guardando todo aquello que yo reprimía… Y yo, sin decir nada, más que ‘insinuar sutilmente’ algo de esto a través de un reclamo solapado, de una petición confusa, de un suave quejido…

Muchas relaciones se estropearon a partir de la represión de todo aquello que quedó sin hacerse consciente ni decirse. Tengo claro, eso sí, que una relación es de dos. Cada uno de los dos es 100% responsable por lo que aporta a una relación. Y no siento ninguna culpa. Sé que era parte de mi aprendizaje. Y parte del aprendizaje del otro; si lo quiso tomar.

Aprendí que directa o indirectamente se me enseñó a callar. Hablar era peligroso. Podrían descubrir lo que yo realmente sentía – su gravedad – y alejarse de mí. Ni siquiera me atrevía a ver esta parte ‘obscura’ de mí… era algo totalmente desconocido.

Ahora he hecho un nuevo pacto conmigo misma. Un pacto amoroso. Un pacto valiente. Casi heroico en el mundo en el que vivo. He decidido ver con compasión y aceptación este lado oscuro, esta sombra tan mía como mi luz. He decidido decir todo aquello que es difícil de decir. Todo aquello que me da temor decir. He decidido expresar lo que siento, como lo siento, en el momento en que lo siento. Con asertividad, amor y respeto, sí. Pero no callarlo más. Dejar que esa olla de presión que guardaba todo aquello que yo quería ver y menos decir, se mantenga lo más vacía posible.

La consciencia de mis emociones ha sido un valioso aporte para esto. Cuando siento algo que no me gusta, es una señal de que debo prestar atención a esto que me sucede. Sé que es mío y de nadie más. Que nadie puede hacerme sentir absolutamente nada que yo no decida sentir. Y que el otro sólo me sirve de reflejo para que yo pueda ver aquello que me toca ver y sentir.

 Y entonces, a sabiendas de que no soy víctima de nada ni de nadie, a sabiendas de que esto que siento es una oportunidad para sanar un tema irresuelto y a sabiendas también de que el otro no es más que un espejo que me sirve para ver esto mío, con valentía y con amor, digo lo que tengo que decir. Independientemente de lo que a mí me toque abordar, le digo a la persona lo que necesito expresarle. Haciéndome responsable de lo que me toca y con total honestidad, con el corazón desnudo, vulnerable.

Tengo muy claro que la reacción de la otra persona no me corresponde a mí; es su total responsabilidad. Y es su decisión cómo quiera sentirse con aquello que yo le exprese y qué quiera hacer con ello. Conociendo los riesgos, desde el desapego a las personas y a las cosas, me siento en paz una vez he expresado lo que necesito expresar. Y abordo aquello que a mí me toca abordar conmigo misma.
Y es así como, diciendo aquello que llamaríamos ‘lo peor’, lo más difícil, lo más temerario, puedo recuperar mi paz. Hay personas que se quedan y con quienes fortalezco mi relación. Hay personas que no están listas para esta dinámica, se molestan y niegan su responsabilidad. Hay personas que se van. Con todo y esto, estoy en paz. Puedo tomar lo que a mí me toca y soltar lo demás.






No hay comentarios:

Publicar un comentario