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engo la firme creencia de que todos
tenemos un ‘camino de vida’. Que cada uno de nosotros – aunque podamos tener
diversos obstáculos en nuestra vida – tenemos un tema en específico en donde se
nos dificulta más el avanzar. Para algunos es la salud, para otros la economía,
para otros la carrera… y para algunos de nosotros, la pareja.
Durante mi vida he tenido varias
parejas. Ha habido cosas ‘positivas’ y cosas ‘negativas’ en cada una de esas
relaciones. Sin embargo, no siempre tuve el nivel de conciencia que tengo el
día de hoy; antes pensaba que era mala suerte, malas elecciones, cosas del
destino… Y, de esa manera, no tomaba lo positivo de ellas: el aprendizaje.
Poco a poco, mientras fui avanzando en
este camino terapéutico fui aprendiendo que lo que nos rodea, nuestra realidad
exterior, solamente es un reflejo de nuestra realidad interior… así que, poco a
poco comencé a poner atención en lo que vivía para poder asimilar lo que me correspondía
y sanarlo. Comencé a darme permiso de vivir de otra manera. Decidí cambiar mi
realidad interior para poder cambiar mi realidad exterior.
El tema era bastante confuso… por
ponerlo de alguna manera. Se suponía que encontrara ‘patrones’ que sanar. Era
bastante complicado para mí hacerlo… Salí con personas sumamente controladoras,
celosas, con quienes a pesar de que compartí cosas muy lindas, me sentía
asfixiada… sentía que no podía ser yo. Sentía ganas de escapar. No me gustaba
ser oprimida, dominada, cercenada, criticada, corregida, castrada…
Y, por el otro lado, salí con personas
que prácticamente no se daban por enteradas de mi presencia en su vida, más que
para cuando ellos deseaban compartir un buen momento o necesitaban algo de mí.
Nada controladoras ni celosas… si no todo lo contrario… Esta marcada diferencia
entre estos dos tipos de relaciones hacia que fuera para mí sumamente difícil
‘determinar’ cuál era el patrón que me tocaba abordar.
Tomó tiempo darme cuenta de esto. El
patrón tenía que ver conmigo misma. Era yo quien se negaba a sí misma en cada
una de esas relaciones. Era yo quien me negaba la libertad de Ser; era yo quien
me desaprobaba, era yo quien me criticaba y me castraba… por un lado y, por el
otro, era yo quien me negaba la posibilidad de satisfacer mis necesidades y
deseos; me negaba a ponerme a mí misma como una prioridad... La llave para una
vida diferente estaba en mí y solamente en mí. Estas personas no eran más que
espejos en los cuales me tocaba verme.
Así que comencé una larga y estrepitosa
jornada. Me tocaba aprender a conocerme, tanto en mi luz como en mi sombra, a
aceptarme, a aprobarme, pero sobre todo, a amarme. Tomé una inmensa cantidad de
cursos de crecimiento y desarrollo personal, leí muchísimos libros, asistí a
terapia con diversos profesionales, intenté la medicina tradicional y la
alternativa, aprendí a usar muchas herramientas y a aplicar diversas técnicas
de manejo de emociones, conocí muchísimas almas maravillosas que me acompañaron,
contuvieron y guiaron en este trayecto de mi vida, y, como broche de oro, a
través de todo esto, encontré la fe que no había logrado alcanzar nunca a pesar
de mi persistencia y de haber puesto todo mi esfuerzo y mi corazón en
conseguirlo… Aprendí a amar a Dios; y aprendí a amar Su Presencia en mí.
A pesar de todo eso, por mucho tiempo
las cosas parecían no cambiar. Ya me daba más cuenta de las cosas y esto a
veces lo hacía aún más frustrante. No parecía ser suficiente. Seguía
exigiéndome mucho a mí misma, sin mucha paciencia ni compasión. Hasta que,
finalmente, los cambios comenzaron a ser visibles.
Alegremente me vi a mi misma poniendo límites,
dándome cuenta de lo que yo quería y de lo que no, poniendo mis necesidades y
deseos como prioridad y haciendo a un lado la culpa que me había acompañado durante
tanto tiempo. Me vi reconociendo a las personas que no me convenía dejar entrar
en mi vida, haciéndole caso a mi intuición nuevamente… Esa ‘alarma interna’ que
traemos cuando venimos a este mundo y que se nos enseña a no escuchar, en aras
de la lógica.
Pero, sobre todo, me vi amándome a mí
misma. Tarea que ahora entiendo, es un proceso que dura toda la vida, que
siempre puede mejorar. Y que mejora día a día.
Hoy día mi realidad es muy distinta. Son
tangibles en el exterior los cambios que han ocurrido en mi interior. La
persona que ahora está a mi lado es totalmente diferente. Es una persona que me
aporta valor desde un espacio positivo. Como a todas las personas que me
rodean, lo considero también mi maestro, pero esta vez es un maestro sumamente
amoroso, que se ama a sí mismo, que se conoce, que sabe lo que quiere, y que ve la vida de colores, como yo.
Me siento muy feliz con esta realidad.
Me siento muy orgullosa de mí misma. Me entregué de lleno a esta faena y ahora
recojo los frutos. Estoy muy agradecida conmigo misma, con los que me rodean y
con Dios. También estoy agradecida por esas personas que pasaron antes por mi
vida, por esos grandes y pequeños maestros, pues sin ellos, hoy yo no sería
quien soy.
Doy a cada uno de ellos las gracias.
Doy a cada uno de ellos un lugar en mi corazón. Honro su presencia en mi vida
desde mi alma. Sé que sólo me amaron como podían amarme. Sé que yo sólo los amé
como podía amarlos. Y ahora los dejo partir en paz. Gracias, gracias, gracias.
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El amarse a sí mismo es algo que suena muy fácil, pero no lo es. De manera que es muy alentador ver que lo estas logrando. Es una experiencia muy personal y creo que no hay ningún manual que nos guie a como hacerlo.
ResponderEliminarSin embargo pueden haber algunos consejos, que agradecería nos compartieras, o pequeños mensajes como: "Aprendí a amar a Dios; y aprendí a amar Su Presencia en mí", que por alguna razón ha resonado en mí y estoy seguro algún efecto tendrá.
Muchas gracias Solange!!!
¡Gracias por tus comentarios Roberto!
EliminarNo, hoy hay UNA receta para aprender a amarse a uno mismo... ni UNA receta para aprender a amar a Dios... Pero lo que estamos haciendo en Un Curso de Milagros, reconocer la diferencia del ego y el Espíritu, practicar cada vez más y a nuestro ritmo el perdón, es un maravilloso inicio...