sábado, 20 de septiembre de 2014

Confesión: No soy perfecta

Eventualmente me pasa que alguna persona me comenta, normalmente con valentía pero otras veces con miedo, a veces con amor y humildad y otras con soberbia y desprecio, que se dio cuenta de que yo no soy perfecta… ¿¿¿???

Y esta persona me dice le sorprende darse cuenta de que a veces tengo miedo, que pierdo el
equilibrio, que me enojo, que me enfermo, que me canso, que siento tristeza, que me tomo mi tiempo para sanar, que tengo asuntos inconclusos en mi vida, que no soy una persona que se mantiene en equilibrio, balance y paz el 100% del tiempo… ni nada por el estilo… ¿¿¿???

No me ha pasado solamente en esta época de mi vida; me pasó también en el pasado, cuando buscaba vehementemente a Dios a través de la iglesia, el único camino que entonces conocía. Alguna gente, con sarcasmo me decía que no era perfecta a pesar de estar tan cerquita de Él… Yo pensaba que era PRECISAMENTE porque no era perfecta que lo buscaba con tanto anhelo, con tanta ansia, porque sentía que había tantas cosas sucediendo en mi vida y que no podía con ellas…

La cosa es que no deja de parecerme divertido pensar en qué cabeza cabe especular que porque hago lo que hago, yo pudiera ser siquiera algo parecido a “alguien perfecto” en el sentido tradicional del concepto.

¿A quién se le ocurre pensar que porque busco a Dios con el corazón, porque conozco y manejo varias técnicas de sanación emocional, leo libros al respecto y elijo a las personas que entran en mi vida voy a ser alguien que no tiene ni un defecto y que no cometo errores? ¡¡¡Qué idea más absurda!!!

Es que si Dios hubiese querido que no cometiese errores, ¿No me hubiera creado así? No soy así porque Dios se equivocó al “diseñarme”… es que Él me creó DE ESTA MANERA. Soy perfecta, sí. “Perfectamente imperfecta”, así como Él me creó. Soy tan humana, como cualquier otro. Siento miedo, tengo dudas, me equivoco, flaqueo, tengo “mi historia” y he hecho muchas cosas en mi vida de las que no me siento orgullosa, aunque ya no me recrimino por ellas.

Sé que TODO, absolutamente todo lo que ha pasado en mi vida, lo que hice, lo que elegí, lo que viví, lo que sentí, lo que pensé, así como las personas con las que en algún momento opté por compartir mi vida… TODO tuvo un propósito. Y lo sigue teniendo. Y sé que lo que hice o dejé de hacer fue porque en ÉSE preciso momento, lo hice con los recursos con que yo contaba entonces.

Como dice uno de mis autores favoritos, Don Miguel Ruiz, en su libro, “Los Cuatro Acuerdos”, hay que dar lo máximo de nosotros mismos en cada momento… lo que pasa es que lo máximo que puedo dar cuando siento que estoy en el inframundo no es lo mismo que lo que puedo dar cuando siento que estoy en la cima y puedo comerme al mundo… No puedo dar lo mismo cuando tengo mononucleosis y me siento tan débil que cuando acabo de regresar de unas descansadas y hermosas vacaciones que me “recargaron las pilas”…

Entonces sí, públicamente confieso, que soy imperfecta bajo cualquier análisis de la mente, del ego y del miedo. Qué soy tan humana como la persona que lee estas líneas.

Soy perfecta también. Eso, ante los ojos de Dios, que puede ver más allá. Qué no tiene ego. Vine a cumplir una misión y un propósito y no puedo hacerlo si no me equivoco, si no me encuentro con obstáculos, si no me “pasan todo tipo de cosas” en mi vida…

No puedo aprender perdón si no hay personas que me dañan en la vida. No puedo aprender sabiduría si no me toca enfrentarme con problemas que resolver. No puedo aprender a confiar, si no se me “ha movido el suelo” de tantas maneras, tantas veces…

Así que ahora ya les quité la curiosidad.

A los que me dijeron con amor que era imperfecta y que no se atrevían a acercarse a mí porque me consideraban “intocable” y, al descubrir que soy como ellos, humana, entonces se animaron a aproximarse.

Y también se los digo a los que me lo han dicho con desprecio y con soberbia. Sólo soy igual que ustedes. La diferencia es que me hago cargo de mi propia basura, la enfrento con valentía y no la oculto más. Sólo viendo lo que no está “bien” en mí, puedo cambiarlo.


Estas líneas se las dedico al valiente con quien cené anoche; que me confesó que se sentía aliviado de darse cuenta de que soy como él… Gracias por tus palabras. 




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