domingo, 23 de febrero de 2014

Miedo: Un verdadero diamante en bruto

El miedo. Tan escurridizo y misterioso que se inventa mil y un nombres para no ser descubierto.  Celos, envidia, enojo, tristeza, timidez, culpa, vergüenza, comparación, insuficiencia, crítica… O incluso conceptos aceptados socialmente, como “por respeto”, “sé modesto”,  “pasa desapercibido”, “hay que obedecer”…  todo, al final, puro miedo.

A veces aparece en forma de “verdades universales”, paradigmas, creencias generalizadas – de tu familia, de tu grupo o de tu género – que hasta se sienten cómodas. Nos sirven de excusa para no tener que pasar por todo lo que implica desafiar a todos los defienden esos conceptos a capa y espada. Son como viejos amigos que nos acompañan en el día a día.  Se vuelven parte de nuestra personalidad, de nuestro carácter o en nuestra personalidad en sí: el tímido, la víctima, el enfermito, la pobrecita, el “recha”… ¡En fin!

En el miedo ni siquiera importa si estás solo o acompañado. En familia por ejemplo, a la mayoría se nos enseña – tácitamente – a ocultarlo. Es un tema que no se habla abiertamente. Todos saben en algún nivel que existen… incluso se comparte. “Todo va a estar bien”, se nos dice del diente al labio; pero se lo que se vive es miedo y ausencia de fe. No hay congruencia.

domingo, 16 de febrero de 2014

El alto precio de la congruencia

Aprender a ser congruente, a usar mi intuición, es algo que me ha tomado mucho esfuerzo, mucho trabajo personal y mucha consciencia. Me ha costado también muchas amistades, negocios, “aparentes oportunidades”, severas críticas, alejamientos, etc. Y ha requerido de mi parte una enorme valentía, persistencia, determinación y fe. He tenido que aprender a abrazar la incertidumbre.

En mis conferencias me encanta comparar el cuerpo humano con un termómetro o “indicador” de nuestra intuición. Porque así lo veo yo. Nuestras sensaciones físicas, así como nuestras emociones, son indicadores, tan claros como los números decimales de un termómetro electrónico. Sólo hay que poner atención, aprender a usarlo… igual que con uno de esos sofisticados aparatos electrónicos.

Llevo más o menos siete años de haber iniciado este camino de “despertar espiritual”. Y, poco a poco, uso mejor mi intuición. A veces me sorprendo alegremente reconociendo de inmediato una sensación física desagradable que me dice: “Esto no es para ti. Apártate.” Ni lo cuestiono y me aparto. Otras veces me descubro sintiendo un cuantioso placer y armonía en todo mi cuerpo al observar un atardecer, un lindo jardín, los ojos de mi perrito cuando lo acaricio, un grupo de personas riendo o al sentir la sensación de los brazos de mis hijas a mi alrededor cuando nos apapachamos viendo una película, o al escuchar un profundo silencio o una melodía hermosa…