Aprender
a ser congruente, a usar mi intuición, es algo que me ha tomado mucho esfuerzo,
mucho trabajo personal y mucha consciencia. Me ha costado también muchas amistades,
negocios, “aparentes oportunidades”, severas críticas, alejamientos, etc. Y ha
requerido de mi parte una enorme valentía, persistencia, determinación y fe. He
tenido que aprender a abrazar la incertidumbre.
En mis conferencias
me encanta comparar el cuerpo humano con un termómetro o “indicador” de nuestra
intuición. Porque así lo veo yo. Nuestras sensaciones físicas, así como
nuestras emociones, son indicadores, tan claros como los números decimales de un
termómetro electrónico. Sólo hay que poner atención, aprender a usarlo… igual
que con uno de esos sofisticados aparatos electrónicos.
Llevo más
o menos siete años de haber iniciado este camino de “despertar espiritual”. Y,
poco a poco, uso mejor mi intuición. A veces me sorprendo alegremente
reconociendo de inmediato una sensación física desagradable que me dice: “Esto
no es para ti. Apártate.” Ni lo cuestiono y me aparto. Otras veces me descubro
sintiendo un cuantioso placer y armonía en todo mi cuerpo al observar un
atardecer, un lindo jardín, los ojos de mi perrito cuando lo acaricio, un grupo
de personas riendo o al sentir la sensación de los brazos de mis hijas a mi
alrededor cuando nos apapachamos viendo una película, o al escuchar un profundo
silencio o una melodía hermosa…
Sin embargo,
todavía hay veces que “no me doy cuenta”. Es cuando estoy distraída, cuando
estoy en la mente, en el ego, en la prisa, en el día a día. Cuando “pienso”, en
vez de “sentir”. Y me encuentro metida en situaciones que no me gustan, que ya
no tienen sentido para mí, que las siento como una carga, que siento que me “arrastran”,
que son incongruentes con el Ser en el que me estoy convirtiendo, pero parecen
ser “adecuadas”, tener “sentido” y, más que todo, son “cómodas”… La comodidad… la
pertenencia… ¡Ah! ¡Qué grandes trampas!
Todavía
queda en mí una parte que no se atreve a mostrarse al mundo, a “tirarse al agua”.
Todavía hay una parte en mí que busca aprobación y que teme el abandono. No
obstante, creo que tiene más que ver con lo que dice Marianne Williamson:
“Nuestro
miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es
que seamos poderosos sin medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que
más nos asusta.”
Lo que
no les he dicho es que, en compensación a las amistades que he “perdido” en
este camino, gané muchas otras. Y estas son una contribución más rica para mi
vida que las anteriores. A mi alrededor tengo personas que me pueden “recibir”
sin juicio. Que me pueden ver, escuchar y sentir como soy sin sentir miedo, sin
sentir inseguridad, sin necesidad de competir. Personas que reflejan mucho de
mi luz y también de mi sombra. Personas con quienes he crecido y sigo creciendo
día a día. Personas que, con amor, pueden señalarme amorosa y respetuosamente lo
que yo en determinado momento no puedo ver en mi vida, en mí, en mis
circunstancias.
Y es aquí
en donde, cuando no logro leer mi “termómetro”, cuando no logro darme cuenta de
que algo no me gusta, que estoy metida en algo que ya no es congruente conmigo,
que estas personas que me rodean, “de repente” traen esto a mi atención; esta
consciencia. Y, cuando resuena poderosamente en mí, es como un bálsamo para mi
corazón y mi alma.
Claro…
después viene la parte “incómoda”. La parte en la que me toca tomar una
decisión y llevarla a cabo. Hay incertidumbre. Hay temor. Pero toca actuar.
Es momento
de tomar esa enorme bocanada de aire, llenar de oxígeno mi pecho, crecer,
hacerme grande, centrarme y hacer lo que corresponde para ser congruente, para
ser fiel a mí misma. Es a mí a quien le debo fidelidad ante todo. Si no soy
fiel a mí misma, a mi propósito de vida, a lo que me llama mi alma y mi
corazón, entonces, ¿Para qué tanto lío? En este camino, ya no hay vuelta atrás.
Así que
contra todo lo que parece “adecuado”, contra todo lo que es “seguro” (como si
existiera tal cosa), contra todos los que “están en desacuerdo”, contra todos
los que se vayan a “decepcionar” de mí, los que vayan a sentirse “traicionados”,
los que vayan a hablar de mí, agredirme, enojarse conmigo, excluirme… Contra
viento y marea, contra todo eso, estoy YO. Y mi compromiso conmigo misma, con
mi visión, con Dios, con el mundo que anhelo transformar. Así que ahí voy…
Y entonces
vienen los que me dicen, con toda buena intención: “¿Estás segura? ¿No estarás
exagerando? ¿Es irreversible o todavía se podría “arreglar”? ¿No habrás
sobre-reaccionado? ¿Por qué no te centras y lo piensas bien? Y pica la duda…
sólo para retomar fuerza. Es SU miedo a lo que viene, no el mío…
Ya
descubrí que soy muy valiente y que todo lo que venga, en la forma que sea, es
en realidad un regalo. Un regalo que me hará más fuerte, más sabia, más
coherente, más valiente, más congruente. Ya no me da miedo la incertidumbre. El
rechazo no me gusta, pero sé que no tiene nada que ver conmigo; que tiene que
ver con lo que yo le reflejo de sí misma a la gente que me rechaza, me critica,
me agrede, me excluye, hasta me odia… Con todo eso, y por eso mismo, les doy un
lugar en mi corazón. Gracias por hacerme crecer; por hacerme fuerte y por
mostrarme tan claramente lo que ya no va conmigo.
Finalmente,
después de todo este movimiento, después de la tormenta, viene la calma… una
paz indescriptible. Me he reconciliado conmigo misma. Ya no hay molestia. Hay serenidad.
¿Algo
de esto resuena contigo? ¿Hay alguna situación, alguna relación, algún acuerdo
o compromiso que ya no sea una contribución para tu vida? ¿Qué te impide a ti avanzar
y ser fiel a ti mismo? ¡Avanza! Con todo y todo, vale la pena…
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