Crecí sólo entre mujeres. Nacimos
cuatro niñas y fuimos criadas por nuestra mamá, con ayuda de una amorosa Nana
que aún es parte de la familia. La mayoría del tiempo estuve en colegio de
mujeres; incluso me gradué de uno que diría que es feminista. Hace seis años
que vivo sola con mis dos hijas mujeres y estoy rodeada por muchas amigas.
Hasta la música que escucho es de mujeres.
Sin embargo, no aprendí a amar ser
mujer. No a un nivel profundo. Aún si nadie que me conozca de toda la vida diría
que es así, sino todo lo contrario.
He sido una rebelde toda mi vida; mas
no siempre tuve la fortaleza ni la congruencia como para ser fiel a mis ideas. Sobre
todo con mis parejas. Podían no gustarme muchas cosas, pero al final, el miedo inconsciente
a ser rechazada, a no ser amada o a ser abandonaba triunfaba, muy a pesar de mí
misma…
Aunque aparentemente toda la vida he
sido una aguerrida defensora de la mujer y del Ser Mujer, no sabía apreciar ni
amar mi ser mujer.
Se me enseñó – explícita y
tácitamente – que la mujer es “menos” que el hombre. La mujer estorba. Es
complicada y lo enreda todo. Pide demasiado y no se conforma con nada. Es
prácticamente imposible de complacer. Se tarda demasiado. No sabe lo que
quiere. No es lo suficientemente obediente ni sumisa. Es débil. No se le entiende nada. No
puede ordenar con lógica sus ideas. No es práctica. Habla excesivamente sin
necesidad. Es mejor que se quede en casa, ocupándose de la limpieza, la cocina
y los niños… y que, además, lo haga de forma abnegada y agradecida. Lo único
que hace es molestar, celar, chillar, controlar, quejarse…
Así que partiendo de esa idea –
que no tenía consciente – por supuesto que me la pasaba defendiendo a las
mujeres. No obstante, carecía de fuerza, porque lo que me motivaba no era el
amor, sino era el temor… el sentir que era mercancía dañada, sólo por ser
mujer, y que eso no tenía remedio. La gente que tenía a mi alrededor y la que
se me acercaba, por supuesto confirmaba la teoría, porque así es como el ego busca
ratificar que “tiene razón”.
Desde ese entonces, he caminado lo
que me gusta pensar que es un largo camino. Comencé por entender que el poder elegir
hacer con mi vida lo que yo deseara está en mí. Que cambiando mis ideas y mis
creencias puedo transformar mi mundo. Lo que yo llamo “mi primer parte-aguas” fue PNL, Programación
Neurolingüística.
Luego
aprendí que la naturaleza tiene un orden; un orden perfecto. Que hay una
jerarquía perfecta, que promueve al hombre como la cabeza del hogar y a la
mujer como su complemento; que el hombre es cabeza, sí, pero lo es al servicio
de la mujer. Y que, como dice Bert Hellinger, creador de las Constelaciones Familiares
(mi segundo “parte-aguas”), “una relación prospera
cuando hombre y mujer se reconocen como diferentes y, al mismo tiempo,
equivalentes. Si se miran cara a cara como pares.”
Estudié sobre energía
masculina y femenina, sobre las similitudes y las diferencias entre hombre y
mujer. Sobre cómo el Ser Mujer me aporta tantas características maravillosas…
Me hace más intuitiva, más creativa, más hábil para percibir “el todo”, más compasiva,
más sensible, más colaboradora, más inclinada hacia lo espiritual… todas estas
cualidades que valoro muchísimo y que encuentro extraordinarias.
Entendí que no soy un error de
la naturaleza. Entendí que no hay nada malo en mí. Todo lo contrario, he
encontrado cosas extraordinarias. Lo que está “mal” es el pobre entendimiento
social que existe sobre el ser mujer y el ser hombre y la devaluación de todo
lo que sea femenino, incluyendo el componente femenino de todos los hombres,
que, víctimas de estas ideas sufren a causa del estrés y de todas las emociones
que no saben manejar… No sólo en esta sociedad, sino alrededor del mundo.
Ahora sé que hablo sin parar
porque mi mente así procesa mis ideas y que gracias a eso, tengo la posibilidad
de vivir más tiempo y más sana que un hombre, que se guarda todo para sí.
Entendí que puedo ser vulnerable y que eso está bien; que la vulnerabilidad es
sinónimo de fortaleza.
Ahora me doy el permiso de
tardarme lo que quiera para arreglarme, bañarme, aplicarme cuanta crema me
guste, maquillarme, vestirme, perfumarme, etc. Me doy el permiso de usar
vestidos que la gente considera “poco apropiados para la ciudad”, sólo porque
me encanta sentirme libre… Ahora exploro áreas que antes consideraba “cursis”,
como el romanticismo. Expreso, como siempre, mis ideas – pero ahora con aplomo
y sin miedo de ser rechazada. Usando para esto todo mi empuje, que es
masculino.
Soy menos “popular” que antes
con muchas personas; que se aterran cuando me ven abrir la boca… porque saben
que no me quedo callada y que no tengo miedo de expresar lo que es necesario expresar,
pero nadie más se atreve.
Tengo fama de “fresa”, de “difícil”,
de “perdida”, de “bruja”, de “mente abierta” (¿?), de “fácil”, de “rara”, de “cabrona”
(ahora que la palabra está de moda y se escribe en los libros)… y la lista
sigue…
Lo cómico de todo esto es que
soy más feliz que nunca. Y, ahora sí, con conocimiento y causa soy feliz de ser
mujer… Contra todo pronóstico, aprendí a disfrutarlo. Agradezco todas mis
cualidades femeninas, que me permiten ser mejor en lo que hago y tanto
disfruto. Y lo agradezco al mismo tiempo que agradezco y honro mis cualidades
masculinas, que me dan la fuerza para lanzarme al mundo y perseguir lo que
anhelo.
Ha sido un largo camino… pero
ha valido la pena. Y sigue valiendo la pena, porque voy para adelante… ¡Este
tren ya no se detiene!
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Solagne, te exhorto a que plasmes tus pensamientos en un libro, para que todas nosotras nos contagiemos de tu Energia y podamos apoyarnos mejor en un mundo tan machista como es America Latina. Tus pensamientos son un oasis de inspiraciones, Magnifique!
ResponderEliminar¡¡¡Gracias Lucía!!! Lo aprecio sobre todo viniendo de ti. Espero que algún día se me de el sueño de escribir un libro, de ser un agente transformador de la realidad de nosotros las mujeres en esta parte del mundo... y quién quita, quizás más allá. Un gran abrazo para ti, con mucho cariño
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