miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuando Dios nos obliga a vernos: Ser Madre

Hace dos semanas recibí una llamada de una de las orientadoras del colegio donde estudian mis hijas. Era para solicitarme que les diera una charla sobre cómo empoderar a las niñas en la transición de primaria a secundaria.
En el momento en que iba a responderle que yo no soy psicóloga y que por favor solicitara esta charla a alguien más, asumiendo que querían algo tradicional en donde se describiera el perfil de una niña de esa edad, datos teóricos de cómo ser una madre ideal y esas cosas, ella me interrumpió. Me dijo que la razón por la que me requerían a mí esta charla, era porque consideraban que mi hija, que está viviendo esta transición, lo ha hecho de manera tan fácil, de forma tan empoderada que las maestras lo habían solicitado así.
Yo no salía de mi asombro... quedé de responderle más tarde.


Terminando la conversación, lloré intensamente mientras mi hija mayor me veía sorprendida... Yo no entendía cómo, siendo yo la madre que soy con mi hija chiquita, a quién veo tan poco empoderada y tan indefensa y con quien me cuesta tanto fluir, porque me espejea las cosas que no quiero ver de mí, me estuvieran pidiendo algo así... No podía entenderlo... las lágrimas brotaban entre la culpa, el dolor, la vergüenza y la impotencia que sentía por no considerarme suficientemente buena madre para esta niña en particular... Mi hija mayor, al rato, me dijo, amorosa y serenamente, algo que yo les he dicho muchas veces a ellas: “Todo eso sólo está pasando en tu mente”.
Después de llorar un rato y sorprendida por la asertividad del comentario, recordé que hacía unos días le había pedido a Dios, a los arcángeles, a mis ángeles, maestros y guías, que trajeran a mi vida oportunidades para sanar esta relación. Asumí que la respuesta sería traerme a consulta a mamás que tuvieran problemas con sus hijos adolescentes; pero, como siempre, asumir no resultó ser una buena idea...
Después de muchas vueltas, varias conversaciones, un torbellino interno de pensamientos y emociones, en donde el ego y el Espíritu se debatían, decidí confirmar mi participación. Lo haría, con la condición de que me permitieran dar la plática desde mi visión humana, vulnerable... Desde ése espacio en donde yo todavía me juzgaba. Pero, al mismo tiempo, mostrándoles cómo, entregada de lleno a mi proceso de sanación y crecimiento en los últimos años, había hecho algunas cosas bien... nada convencional, nada común... La orientadora del colegio accedió.
Pasé dos semanas muy fuertes. Estoy atravesando una situación de salud, que me ha afectado física y emocionalmente. Las medicinas me provocaron lo que yo llamaría un “estado alterado de conciencia”; que me imagino será muy parecido a lo que llaman un “mal viaje” cuando se refieren a los efectos de las drogas.
El debate entre la mente y el corazón no cesaba... se hacía más fuerte a ratos y desaparecía por momentos. Luego se mezclaba con esta emocionalidad alterada por los químicos... Todo a lo que, además, se sumó el Día de la Madre, que sólo vino a remover todas estas “ideas” que nos recitan sobre lo que “debería” ser una madre... lo que obviamente, a mí, no me sale muy bien. Aunque francamente no creo que a nadie le salga bien. Es utópico e irreal.
Como el diálogo interno y la confusión, no cesaban, me quedé todo ese tiempo estancada en la carátula de la presentación. Estructuré la charla hasta apenas unas horas antes de darla, después de que se me ocurrió pedirles seriamente retroalimentación a mis hijas. La chiquita, que es muy profunda y expresiva, en esta ocasión, no pudo decirme nada. Ella estaba tan sorprendida como yo – si no más – de que alguien pudiera considerar que ella era una adolescente “empoderada”.
Pero mi hija mayor, al yo preguntarle: “Mi amor, ¿Qué valores consideras que te he enseñado yo con el ejemplo?”, se soltó a decirme una interminable lista de cosas maravillosas – con todo y la explicación que una mujer de mi familia consideraría adecuada. Fueron tantas y las dijo con tanta claridad, naturalidad, profundidad, apertura, confianza y amor, que mi corazón poco a poco se fue llenando de gratitud... no cabía en él todo el amor y el gozo que yo sentía, no cabía mi agradecimiento para con ella, para con la orientadora que provocó esto, para con Dios. No sé en qué tipo de mujeres se conviertan mis dos hijas, lo que sé es que la semilla ya fue plantada.
Y fue gracias a la sensibilidad de esta niña, de apenas 15 años, que yo me vi obligada a verme a través de otros ojos. A ver todas aquellas cosas que les he ido enseñando poco a poco... Yo las he ido aprendiendo junto a ellas. Me ha tocado ir aprendiendo a Ser Persona al mismo tiempo que a ellas; he aprendido a expresarme, a poner límites, a valorarme, a conocerme, a ser auténtica, a ser congruente, a soltar, a cuidarme, a amarme, a amar a Dios...
Así que hoy estoy más agradecida con Él que nunca, por ser tan creativo, tan ingenioso y tan amoroso al encontrar esta forma de decirme: “Mira lo que has logrado; mira lo que has sembrado; está germinando, ten paciencia, ten fe, sé más compasiva contigo misma, por favor”.
Ser madre no es nada fácil; de hecho, es el reto más grande de mi vida. Formar dos seres humanos... ¡Vaya tarea!
Sigo equivocándome, sigo sintiendo por momentos que no tengo la fuerza que se requiere, sigo frustrándome por no haber logrado todavía ser suficientemente paciente y por pelear constantemente con la realidad... Pero hoy más que nunca me siento agradecida por esta maravillosa oportunidad; mis hijas son realmente unos Seres espectaculares... me han permitido ser una mejor persona y realmente disfruto compartir mi vida con ellas.

5 comentarios:

  1. Querida Solange, qué hermoso! me inspira, me hace reflexionar. Te felicito de corazón y espero que te encuentres mejor.
    Un abrazo,
    Noris

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    1. ¡¡¡Gracias por tus palabras Noris!!! Retomando poco a poco el contacto con mi interior y mejorando. Un abrazo enorme para ti. Solange

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  3. Admiro tu valentía y te agradezco que abras así tu corazón para que otros también nos enriquezcamos y crezcamos.

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    1. Mi querida Ana Lucía, gracias por tu comentario... Ayer revisando este artículo por una cuestión que no viene al caso mencionar, me encontré con tu comentario que no recuerdo haber recibido ni respondido... lo siento. Gracias por tus palabras. Un gran abrazo, con mucho cariño

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