Hace
dos semanas recibí una llamada de una de las orientadoras del colegio donde
estudian mis hijas. Era para solicitarme que les diera una charla sobre cómo
empoderar a las niñas en la transición de primaria a secundaria.
Yo
no salía de mi asombro... quedé de responderle más tarde.
Terminando
la conversación, lloré intensamente mientras mi hija mayor me veía sorprendida...
Yo no entendía cómo, siendo yo la madre que soy con mi hija chiquita, a quién
veo tan poco empoderada y tan indefensa y con quien me cuesta tanto fluir,
porque me espejea las cosas que no quiero ver de mí, me estuvieran pidiendo
algo así... No podía entenderlo... las lágrimas brotaban entre la culpa, el dolor,
la vergüenza y la impotencia que sentía por no considerarme suficientemente
buena madre para esta niña en particular... Mi hija mayor, al rato, me dijo,
amorosa y serenamente, algo que yo les he dicho muchas veces a ellas: “Todo eso
sólo está pasando en tu mente”.
Después
de llorar un rato y sorprendida por la asertividad del comentario, recordé que hacía
unos días le había pedido a Dios, a los arcángeles, a mis ángeles, maestros y
guías, que trajeran a mi vida oportunidades para sanar esta relación. Asumí que
la respuesta sería traerme a consulta a mamás que tuvieran problemas con sus
hijos adolescentes; pero, como siempre, asumir no resultó ser una buena idea...
Después
de muchas vueltas, varias conversaciones, un torbellino interno de pensamientos
y emociones, en donde el ego y el Espíritu se debatían, decidí confirmar mi
participación. Lo haría, con la condición de que me permitieran dar la plática
desde mi visión humana, vulnerable... Desde ése espacio en donde yo todavía me
juzgaba. Pero, al mismo tiempo, mostrándoles cómo, entregada de lleno a mi
proceso de sanación y crecimiento en los últimos años, había hecho algunas
cosas bien... nada convencional, nada común... La orientadora del colegio
accedió.
Pasé
dos semanas muy fuertes. Estoy atravesando una situación de salud, que me ha afectado
física y emocionalmente. Las medicinas me provocaron lo que yo llamaría un “estado
alterado de conciencia”; que me imagino será muy parecido a lo que llaman un “mal
viaje” cuando se refieren a los efectos de las drogas.
El
debate entre la mente y el corazón no cesaba... se hacía más fuerte a ratos y desaparecía
por momentos. Luego se mezclaba con esta emocionalidad alterada por los
químicos... Todo a lo que, además, se sumó el Día de la Madre, que sólo vino a
remover todas estas “ideas” que nos recitan sobre lo que “debería” ser una madre...
lo que obviamente, a mí, no me sale muy bien. Aunque francamente no creo que a
nadie le salga bien. Es utópico e irreal.
Como
el diálogo interno y la confusión, no cesaban, me quedé todo ese tiempo estancada
en la carátula de la presentación. Estructuré la charla hasta apenas unas horas
antes de darla, después de que se me ocurrió pedirles seriamente retroalimentación
a mis hijas. La chiquita, que es muy profunda y expresiva, en esta ocasión, no pudo
decirme nada. Ella estaba tan sorprendida como yo – si no más – de que alguien
pudiera considerar que ella era una adolescente “empoderada”.
Pero
mi hija mayor, al yo preguntarle: “Mi amor, ¿Qué valores consideras que te he
enseñado yo con el ejemplo?”, se soltó a decirme una interminable lista de cosas
maravillosas – con todo y la explicación que una mujer de mi familia
consideraría adecuada. Fueron tantas y las dijo con tanta claridad, naturalidad,
profundidad, apertura, confianza y amor, que mi corazón poco a poco se fue
llenando de gratitud... no cabía en él todo el amor y el gozo que yo sentía, no
cabía mi agradecimiento para con ella, para con la orientadora que provocó
esto, para con Dios. No sé en qué tipo de mujeres se conviertan mis dos hijas, lo
que sé es que la semilla ya fue plantada.
Y
fue gracias a la sensibilidad de esta niña, de apenas 15 años, que yo me vi
obligada a verme a través de otros ojos. A ver todas aquellas cosas que les he
ido enseñando poco a poco... Yo las he ido aprendiendo junto a ellas. Me ha
tocado ir aprendiendo a Ser Persona al mismo tiempo que a ellas; he aprendido a
expresarme, a poner límites, a valorarme, a conocerme, a ser auténtica, a ser
congruente, a soltar, a cuidarme, a amarme, a amar a Dios...
Así
que hoy estoy más agradecida con Él que nunca, por ser tan creativo, tan ingenioso
y tan amoroso al encontrar esta forma de decirme: “Mira lo que has logrado;
mira lo que has sembrado; está germinando, ten paciencia, ten fe, sé más
compasiva contigo misma, por favor”.
Ser
madre no es nada fácil; de hecho, es el reto más grande de mi vida. Formar dos
seres humanos... ¡Vaya tarea!
Sigo
equivocándome, sigo sintiendo por momentos que no tengo la fuerza que se
requiere, sigo frustrándome por no haber logrado todavía ser suficientemente
paciente y por pelear constantemente con la realidad... Pero hoy más que nunca
me siento agradecida por esta maravillosa oportunidad; mis hijas son realmente unos
Seres espectaculares... me han permitido ser una mejor persona y realmente disfruto
compartir mi vida con ellas.
¡Gracias
mis amores! ¡Las amo!
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Querida Solange, qué hermoso! me inspira, me hace reflexionar. Te felicito de corazón y espero que te encuentres mejor.
ResponderEliminarUn abrazo,
Noris
¡¡¡Gracias por tus palabras Noris!!! Retomando poco a poco el contacto con mi interior y mejorando. Un abrazo enorme para ti. Solange
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAdmiro tu valentía y te agradezco que abras así tu corazón para que otros también nos enriquezcamos y crezcamos.
ResponderEliminarMi querida Ana Lucía, gracias por tu comentario... Ayer revisando este artículo por una cuestión que no viene al caso mencionar, me encontré con tu comentario que no recuerdo haber recibido ni respondido... lo siento. Gracias por tus palabras. Un gran abrazo, con mucho cariño
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