Eventualmente me pasa que alguna persona me
comenta, normalmente con valentía pero otras veces con miedo, a veces con amor
y humildad y otras con soberbia y desprecio, que se dio cuenta de que yo no soy
perfecta… ¿¿¿???
Y esta persona me dice le sorprende darse
cuenta de que a veces tengo miedo, que pierdo el
equilibrio, que me enojo, que
me enfermo, que me canso, que siento tristeza, que me tomo mi tiempo para sanar,
que tengo asuntos inconclusos en mi vida, que no soy una persona que se
mantiene en equilibrio, balance y paz el 100% del tiempo… ni nada por el estilo…
¿¿¿???
No me ha pasado solamente en esta época de
mi vida; me pasó también en el pasado, cuando buscaba vehementemente a Dios a
través de la iglesia, el único camino que entonces conocía. Alguna gente, con
sarcasmo me decía que no era perfecta a pesar de estar tan cerquita de Él… Yo
pensaba que era PRECISAMENTE porque
no era perfecta que lo buscaba con tanto anhelo, con tanta ansia, porque sentía
que había tantas cosas sucediendo en mi vida y que no podía con ellas…
La cosa es que no deja de parecerme divertido pensar
en qué cabeza cabe especular que porque hago lo que hago, yo pudiera ser
siquiera algo parecido a “alguien perfecto” en el sentido tradicional del
concepto.
¿A quién se le ocurre pensar que porque
busco a Dios con el corazón, porque conozco y manejo varias técnicas de
sanación emocional, leo libros al respecto y elijo a las personas que entran en
mi vida voy a ser alguien que no tiene ni un defecto y que no cometo errores?
¡¡¡Qué idea más absurda!!!
Es que si Dios hubiese querido que no cometiese
errores, ¿No me hubiera creado así? No soy así porque Dios se equivocó al “diseñarme”…
es que Él me creó DE ESTA MANERA. Soy perfecta, sí. “Perfectamente imperfecta”,
así como Él me creó. Soy tan humana, como cualquier otro. Siento miedo, tengo dudas,
me equivoco, flaqueo, tengo “mi historia” y he hecho muchas cosas en mi vida de
las que no me siento orgullosa, aunque ya no me recrimino por ellas.
Sé que TODO, absolutamente todo lo que ha
pasado en mi vida, lo que hice, lo que elegí, lo que viví, lo que sentí, lo que
pensé, así como las personas con las que en algún momento opté por compartir mi
vida… TODO tuvo un propósito. Y lo sigue teniendo. Y sé que lo que hice o dejé
de hacer fue porque en ÉSE preciso momento, lo hice con los recursos con que yo
contaba entonces.
Como dice uno de mis autores favoritos, Don
Miguel Ruiz, en su libro, “Los Cuatro Acuerdos”, hay que dar lo máximo de
nosotros mismos en cada momento… lo que pasa es que lo máximo que puedo dar
cuando siento que estoy en el inframundo no es lo mismo que lo que puedo dar
cuando siento que estoy en la cima y puedo comerme al mundo… No puedo dar lo mismo
cuando tengo mononucleosis y me siento tan débil que cuando acabo de regresar
de unas descansadas y hermosas vacaciones que me “recargaron las pilas”…
Entonces sí, públicamente confieso, que soy
imperfecta bajo cualquier análisis de la mente, del ego y del miedo. Qué soy
tan humana como la persona que lee estas líneas.
Soy perfecta también. Eso, ante los ojos de
Dios, que puede ver más allá. Qué no tiene ego. Vine a cumplir una misión y un
propósito y no puedo hacerlo si no me equivoco, si no me encuentro con
obstáculos, si no me “pasan todo tipo de cosas” en mi vida…
No puedo aprender perdón si no hay personas
que me dañan en la vida. No puedo aprender sabiduría si no me toca enfrentarme
con problemas que resolver. No puedo aprender a confiar, si no se me “ha movido
el suelo” de tantas maneras, tantas veces…
Así que ahora ya les quité la curiosidad.
A los que me dijeron con amor que era imperfecta
y que no se atrevían a acercarse a mí porque me consideraban “intocable” y, al
descubrir que soy como ellos, humana, entonces se animaron a aproximarse.
Y también se los digo a los que me lo han
dicho con desprecio y con soberbia. Sólo soy igual que ustedes. La diferencia
es que me hago cargo de mi propia basura, la enfrento con valentía y no la
oculto más. Sólo viendo lo que no está “bien” en mí, puedo cambiarlo.
Estas líneas se las dedico al valiente con
quien cené anoche; que me confesó que se sentía aliviado de darse cuenta de que
soy como él… Gracias por tus palabras.
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