uántas
veces en nuestra vida sabemos que nos toca hacer algo; que sólo depende de que
comencemos. Y… simplemente no sucede! Y entonces comenzamos con las excusas, en
toda su variedad de colores, sabores, tamaños y formas. Las excusas para los
demás y para nosotros mismos. Y la espinita sigue dentro… es algo que no va a
dejarnos tranquilos hasta que lo hagamos.
Esto
nos genera muchísima frustración, confusión, temor, cuestionamientos… Eso cuando
ya hemos superado al menos medianamente la etapa del “autocastigo”, por no
hacer, ser o actuar de la forma en que “deberíamos” hacerlo según los demás y
nosotros mismos, en la dicotomía eterna de la mente, el ego, y el corazón, el Espíritu.
Si
no hemos superado esa etapa… entonces comenzamos a apropiarnos de un montón de
calificativos, que van desde haragán, dejado, descuidado, desastroso… hasta
palabras menos “agradables”. Nos duele. Nos quedamos como estancados y nuestro
nivel energético va descendiendo… nos vamos contaminando de este “no hacer” en
otros contextos de nuestra vida… esto nos impide, hasta cierto punto, estar en
total paz con nosotros mismos.